Vi una Cruz vacía, un paño entre los brazos que cruzaban el palo central.
Vi una mujer de lejos, solitaria, con manos extendidas, mirando no a la cruz sino a nosotros.
Abría sus manos y su corazón, quebrado por el dolor y la pena, a un mundo incierto, a veces sin rumbo, en ocasiones cruel y siempre necesitado del corazón y los brazos de una madre.
La cruz vacía me pareció el paso del dolor, causado en el madero, a la vida que, oculta en el sepulcro, rompía la piedra de la entrada para inundar, como río de aguas vivas, desbordado, a un mundo estéril y sediento por la codicia, el odio y la soberbia.
La Cruz y la Madre me invitaron a no perder la esperanza y no quedarme con los brazos cruzados.
La Cruz y la Madre me mandaban a anunciar lo que había visto y oído
Ahora ya podía volverme a hacer la pregunta del inicio: ¿Qué viste centinela en lo alto del monte?
Vi la Bondad de un Dios que tanto nos amaba que murió por nosotros para vivir por siempre a nuestro lado.
Manuel Tirado Fernández.